lunes, 6 de julio de 2015

CORRUPCIÓN, EJEMPLARIDAD Y LIQUIDEZ



Los economistas Acemoglu y Robinson sostienen que la combinación de instituciones económicas y políticas inclusivas, conducen al desarrollo de las naciones y constituyen la clave del porqué occidente ha conseguido un alto grado de desarrollo. Estas instituciones permiten tanto la participación de las personas, mediante el ejercicio de la democracia, como su participación en actividades económicas que aprovechen mejor su talento y sus habilidades. Sin embargo, no hemos de olvidar que los occidentales hemos edificado buena parte de nuestro bienestar sobre el sufrimiento de esas personas que malviven y mueren en los países que no han podido desarrollarse por diversos factores. Asimismo, ese bienestar también nos ha llevado a la autocomplacencia y nos subió a una noria de consumismo desbocado que imaginábamos inacabable, de la que la crisis económica del 2007 nos despertó. En ese contexto, el esfuerzo, los valores y el sacrificio han sido contempladas como antiguallas prescindibles, frente a una modernidad más inmediata.

El sociólogo Zygmunt Baumann nos alerta,  sin embargo, de los peligros de una modernidad autoimpuesta, obsesiva y adictiva, de manera que sólo un fluir constante de novedades nos lleva a una satisfacción que al mismo tiempo es perecedera. Esa modernidad nos lleva a la liquidez no sólo de las cosas, sino de las relaciones e incluso del valor mismo de la vida humana.

El filósofo Javier Gomá nos propone la ejemplaridad individual como un imperativo universal que consiste en ser digno de confianza. Esa ejemplaridad extendida a todos es tan necesaria como el cambio de un ámbito público infectado por la corrupción organizada. La crisis de valores y, una de sus consecuencias, la corrupción, pueden convertir las instituciones económicas y políticas en instituciones exclusivas, en las que sólo una élite decida la política y se reparta los frutos de una economía extractiva.

En un mundo inundado por lo líquido, nuestro país está en desventaja. El oro y la plata traídos de América, unido a los matrimonios borgoñones proyectados por los reyes católicos, posibilitaron que España creara el Imperio. El Imperio adormeció a una burguesía que no se desarrolló y, por tanto, no protagonizó revolución liberal alguna. La revolución industrial llegó tarde y mal. Como dice Javier Gomá, España es un país que no ha tenido clase media hasta hace medio siglo y, por tanto, no ha podido generar los valores, las costumbres e instituciones que asentaran un liberalismo sólido. Esta falta de madurez nos genera una gran inseguridad, dificulta la creación de valores, y, por tanto, lastra el impulso para desarrollar los cambios necesarios y generar un futuro esperanzador.


En este contexto, parece que se han abierto los grifos para que la podredumbre salga. Ilustres nombres han perdido su lustre. Aunque habrá que esperar a leer las sentencias, espero que los grifos no se cierren hasta que el agua que emanen sea cristalina.  No cabe duda que quienes tienen que dar ejemplo, deben destruir las tarjetas black, acabar con las comisiones ilegales, evitar el tráfico de influencias y luchar contra el blanqueo de capitales. Sin embargo, una advertencia. Si los mecanismos judiciales del estado de derecho condenan a los culpables, ya no tendremos excusas. No es suficiente con la limpieza del ámbito de lo público. A partir de lo aprendido de esta crisis, todos debemos tratar de dar solidez a una modernidad demasiado líquida y superar la búsqueda del confort como única referencia. Asimismo, deberemos apostar por el esfuerzo, practicar una cierta ejemplaridad y desarrollar unos valores mínimos imprescindibles.

miércoles, 1 de julio de 2015

TSYPRAS Y EL EQUILIBRIO DE NASH



Cuando tienes que negociar con alguien es imprescindible ponerse en sus zapatos para tratar de comprender sus intereses y emociones. Si hacemos este ejercicio, es comprensible el punto en el que se encuentran las negociaciones entre el gobierno de Syriza y  la Unión Europea. Lo que sigue es un análisis puro de negociación, sin entrar a valorar los contenidos y las implicaciones que las decisiones de los agentes puedan tener.

Cuando se iniciaron las negociaciones alguien podía pensar que, aunque con dificultades, ambas partes acabarían por llegar más pronto que tarde a un acuerdo. Sin embargo un acuerdo rápido y sin el dramatismo actual de la situación, hubiera sido a costa de que el gobierno de Syriza hubiera cedido más en sus posiciones que  la Unión Europea, lo que constituía un escenario nada previsible, máxime teniendo en cuenta la beligerancia de Tsypras y sus partidarios, tanto  antes como después de las elecciones griegas.

Si profundizamos un poco más en el análisis, para el actual gobierno griego, cualquier gesto que implique ceder en sus líneas rojas sería tomado por una buena parte de sus ciudadanos como una genuflexión ante la Unión Europea. El referéndum planteado es una hábil maniobra de Tsypras, llevando al terreno de la estética democrática su posición, al tiempo que busca legitimación en el voto de los griegos, tanto en el presente como para afrontar un hipotético futuro fuera del euro.

Por su parte, si la Unión Europea desiste en su empeño de imponer sus condiciones al gobierno griego y no se muestra firme en sus posiciones, además de los perjuicios económicos que ello pueda comportar, daría un mensaje de debilidad ante futuras situaciones similares que se pudieran producir.
Visto el escenario, no sería descabellado concluir que ninguna de las partes vaya a ceder y que, por tanto, el conflicto no se va a resolver.

Sin embargo, es necesario dar una vuelta de tuerca más al análisis, y plantearse qué sucede si finalmente no hay acuerdo. Si no hay acuerdo, Grecia sale del Euro y se adentra en un escenario imprevisible, es decir, ante una situación que ningún gobernante quiere. Si no hay acuerdo, el Euro demuestra su debilidad ante los mercados internacionales, ocasionará también perjuicios económicos e incertidumbre, e incluso puede haber efectos geo-estratégicos negativos, por lo que la Unión Europea también sale debilitada.


Hecho el análisis, parece que ninguna solución sea buena para los negociadores. El recientemente fallecido John Nash, brillante premio Nobel, podría no estar de acuerdo con esta aseveración. El llamado “equilibrio de Nash” nos dice que ningún negociador va a cambiar de estrategia si con ello va a conseguir unos beneficios menores (o perjuicios mayores) o iguales que el propio equilibrio de Nash. Hasta este momento de la negociación, los pasos dados por los negociadores son acorde con la teoría de juegos y el no acuerdo puede parecer una buena opción para ambos. Sin embargo, esta solución sería fruto de una lectura errónea de la situación. En realidad, el equilibro de Nash aconseja a las partes a que finalmente lleguen a un acuerdo, aunque sea en el último momento, porque el no acuerdo ocasiona perjuicios mayores para ambos que el acuerdo. Pero para ello hará falta  una mente maravillosa que construya un relato en el que destaque la épica lucha mantenida, justifique las cesiones efectuadas por ambas partes y consiga salvar su imagen ante las respectivas opiniones públicas.